jueves, 8 de noviembre de 2012

Multinacionales farmacéuticas


LAS MULTINACIONALES FARMACÉUTICAS
Y LA POBREZA EN EL TERCER MUNDO




                                                                                                                                             Introducción

Curarse en el Tercer Mundo: el dilema entre salud y ganancia

Las sombras de la experimentación con fármacos en los países en vía de desarrollo

Sida/VIH, y no sólo

Los costos del Sida: demasiado altos en todo el mundo

Llegan buenas noticias

Bibliografía y Linkografía

 Introducción

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – La crisis alimentaria no es la única de los países en vía de desarrollo; ciertamente es la más conocida a través de los medios, y aquella por la que se han querido poner las bases para un remedio verdadero en la cumbre FAO celebrada en Roma en el mes de junio. Otra grande emergencia es la relativa al bienestar físico, tanto que, entre los Objetivos del Milenio que los 191 Estados miembros de la ONU se han comprometido a alcanzar para el 2015, hay tres relativos a la salud: la reducción de la mortandad infantil, la mejora de la salud materna y, sobre todo, la lucha contra el HIV, el Sida, la malaria y otras enfermedades.

El art. 25 de la Declaración universal de los derechos humanos afirma, además, que “toda persona tiene derecho a un tenor de vida suficiente para garantizar su salud y bienestar propios y de su familia […]. La maternidad y la infancia tienen derecho a una especial atención y asistencia”. Lamentablemente, en demasiados lugares del mundo esta esperanza todavía está desatendida y lejana de la realidad, al menos en el corto plazo. En la mayor parte de los países en vías de desarrollo, en efecto, la gente sigue muriendo por enfermedades que en el occidente desarrollado ya no existen; y los más afectados son los niños. Frecuentemente la situación de pobreza y las dificultades para acceder a un tratamiento médico están estrechamente ligadas a situaciones políticas inciertas: tras las recientes revueltas por los cereales, cuya carencia está produciendo una verdadera crisis alimentaria, parece estar el brazo del terrorismo organizado, al acecho para manipular a su voluntad el descontento popular. Y existen además, numerosos conflictos en curso, muchos de ellos olvidados.

Según el Reporte 2008 de Médicos sin fronteras sobre las crisis humanitarias olvidadas, cuatro tienen que ver con África, el África que continúa sufriendo a causa de la falta de medios, víveres, medicinas: Somalia, Zimbabwe, República Democrática del Congo y República Centroafricana. Los conflictos traen muerte, enfermos que atender y curar, e intensifican la crisis económica, ya que destruyen el ya débil sistema de sustento de los países pobres. Las guerras son una terrible arma de propagación de las enfermedades, como está sucediendo en Kenya, durante la crisis post-electoral, en la que el número de enfermos de Sida está creciendo descontroladamente (uno de los motivos es el aumento de la prostitución, por medio de la cual muchas mujeres hacen frente a la crisis económica).


Curarse en el Tercer Mundo: el dilema entre salud y ganancia

El 97% de los decesos por enfermedades infecciosas, que cada año en el mundo llegan a 15 millones de caso, ocurre en los países en vías de desarrollo. El Sida es la primera causa de muerte en el África subsahariana (2,8 millones de muertos); por lo general la pulmonía y las infecciones respiratorias son culpables de 4 millones de muertos, la malaria de 1,3 millones, la tuberculosis de 1,6 millones, la diarrea de 1,8 millones de decesos cada año. En los países en vías de desarrollo las mujeres mueren todavía por consecuencias vinculadas al embarazo o al parto: son más de 500 mil cada año. Alrededor de 2 mil millones de personas son afectadas por enfermedades que derivan del uso del agua no potable, y cada año mueren 2 millones de estas personas.

Incluso llevando sobre las espaldas la casi totalidad de las enfermedades globales, los países en vías de desarrollo inciden en el gasto sanitario mundial con una cifra irrisoria, alrededor del 11%. África consume el 2% de los fármacos registrados vendidos en el mundo, América Latina el 7%, Asia – excluyendo al Japón – el 8%. El desinterés respecto a estas enfermedades – a excepción de las numerosas comunidades y asociaciones que luchan por la mejoría de todas las condiciones de vida en los países más pobres – puede ser relevada también por el hecho de que, entre los más de 1200 fármacos que han sido introducidos al mercado en los últimos 25 años, sólo 13 poseen una indicación específica relativa a las enfermedades tropicales. La investigación y el desarrollo de nuevos fármacos se concentra, en efecto, en problemas sanitarios que se refieren a países más desarrollados, y sólo el 0,2% de las inversiones se ocupa de enfermedades como la pulmonía, la tuberculosis y la diarrea, que causan en el mundo, cada año, el 18% de las muertes.

También en lo que concierne la salud y la accesibilidad a un bien necesario como los fármacos, el discriminante entre norte y sur del mundo es de carácter económico. Se trata de recursos financieros. Baste pensar que Francia e Italia son, respectivamente, en el primer y segundo puesto por acceso de los ciudadanos a la sanidad. La falta de ganancia de los países pobres es la causa que no sólo provoca millones de muertes por hambre, sino que además es causa de la imposibilidad de resolver numerosas crisis sanitarias. La situación de excesiva pobreza de los países en vías de desarrollo, que tienen dificultades a conseguir alimentos y agua para sobrevivir, se refleja también en la posibilidad de adquirir medicinas: una compra que no es superflua, sino necesaria, dada el porcentaje de decesos que, en gran parte, podrían ser evitados con el uso de fármacos ad hoc, y a precios más bajos.

El costo de una medicina, de una terapia, es frecuentemente causa de la dispersión de los ingresos de una año entero de un ciudadano pobre que vive en África. Por su costo algunos fármacos salvavidas no han sido incluidos en el elenco de la Organización Mundial de la Salud – actualizado periódicamente – de las medicinas esenciales, es decir aquellos que satisfacen a la mayor parte de la población y por esto deben ser producidos en cantidades necesarias. Sobre el costo de los fármacos pesa, asimismo, la exclusiva de las casas farmacéuticas en la producción de una medicina protegida por una patente y en la decisión sobre el precio por toda la duración de la misma. La patente es por un período de 20 años. Sólo al final de la patente la medicina se convierte en genérica: puede, entonces, ser producida por otras casas farmacéuticas, y las leyes de la competencia comportan una posible disminución del precio. Precios más bajos también para los fármacos bajo patente que son producidos localmente: en estos casos se trata de hacer una proporción entre ingreso pro capite y precio del fármaco, según el país en que es producido y luego vendido.

Los convenios políticos y comerciales de la Organización Mundial de Comercio (nacida en el ’95, impide la venta de bienes contrahechos, controlando todas las fases de la patente y fabricación) sancionados, luego, en 1996, por los acuerdos TRIPS (Trade-Related Aspects of Intellectual Property Rights), garantizan la continuidad de este sistema. Los acuerdos TRIPS, de hecho, prohíben la producción local de fármacos y establecen reglas rígidas sobre la venta, uso e importación, creando un ulterior crecimiento del costo de los fármacos, ya que una sola entidad, la que tiene la patente, puede dictar la ley sobre el fármaco y sobre su precio; los productores locales están obligados a pagar licencias muy costosas para participar a un mercado – el del fármaco – en el que no lograrán nunca competir con los grandes colosos mundiales; la presencia de estos últimos, finalmente, desalienta las actividades de investigación y de desarrollo incluso tecnológico a nivel local. Además, las poblaciones locales no obtienen ninguna ventaja por la experimentación de las patentes, ya que el productor tiene la posibilidad de escoger autónomamente el lugar de producción. El 2008 es el último año concedido a los 48 países más pobres para adecuarse a los acuerdos TRIPS, con la amenaza de sanciones de carácter comercial.

Las casas farmacéuticas afirman que los elevados precios de los medicinales derivan de los altos costos de la investigación, que frecuentemente, sin embargo, son sostenidos por financiaciones públicas. Las ganancias son altísimas, tanto que el sector farmacéutico, con un crecimiento anual alrededor del 18%, es el segundo después de los gigantes de la informática. A pesar de las enormes ganancias, las multinacionales no invierten en investigación para fármacos que podrían salvar de las enfermedades de las que aún hoy se sigue muriendo en los países en vías de desarrollo, ni tampoco prevén una política de precios diversos, según los países en los que los fármacos son vendidos. Un rayo de sol, en esta situación desastrosas, ha sido una ley firmada en 1997 por Mandela, que permitía, entre otras cosas, la producción local de fármacos y las importaciones paralelas, buscando hacer frente a la plaga del Sida, que en Sudáfrica, entre 1997 y 2002, ha asesinado a cerca de 400 millones de personas, y por la cual se han enfermado alrededor de 4 millones de individuos.

En 1998 un grupo de casas farmacéuticas inició una acción legal contra esta ley, debiendo desistir, tres años después, gracias entre otras cosas al compromiso de numerosos personajes y organizaciones no gubernamentales (Médicos sin fronteras, entre todos, que ha activados una campaña por un justo acceso a los fármacos, que ha tenido ciertamente el mérito de mover a los Estados y de hacer entrar este espinoso tema en el debate político internacional, aunque queda mucho por hacer). Un momento que hubiese podido convertirse en un verdadero cambio en la gestión de la emergencia farmacéutica de los países del Tercer Mundo, ha sido el acuerdo del 2003, firmado por 146 países de la World Trade Organization, sobre los fármacos salvavidas: en realidad las normas incluidas en el acuerdo están llenas de cláusulas poco claras, haciendo en la práctica imposible la actuación seria de las líneas guía.

Mucho más importante ha sido la Declaración de Doha, del 2001, con la que se sancionó la supremacía de la salud sobre los intereses de las casas farmacéuticas, introduciendo, como en Sudáfrica, en casos de necesidad y emergencia (que sólo el país peticionario puede determinar), la posibilidad de ‘exportaciones paralelas’ y de ‘licencias obligatorias’. Una alternativa que, por el momento, está en el foco de atención de cuantos trabajan en los países en vías de desarrollo, son los fármacos así llamados genéricos: fármacos no cubiertos por la patente, con el mismo principio activo de los fármacos ‘de marca’, pero producidos a un costo más bajo (dado que se copian moléculas ya conocidas, el precio del fármaco genérico no se ve cargado por los costos de la investigación), por casas farmacéuticas más modestas.


Las sombras de la experimentación con fármacos en los países en vía de desarrollo

Una terrible sombra se extiende sobre el tema de la salud en los países en desarrollo: la duda de que las casas farmacéuticas experimenten con pacientes gravemente enfermos los fármacos que posteriormente serán vendidos, con precios exorbitantes, en los mercados internacionales, aumentando aún más la dificultad de llegada de los pobres a los fármacos esenciales, además de hacerse responsable de un crimen como la reducción del hombre a conejillo de india, sin el mínimo respeto por ninguno de los derechos humanos propios de todo individuo. A raíz de estos testimonios –verdaderos o presuntos- sobre la experimentación, la Asociación médica mundial ha tenido que revisar y hacer más rígidas las líneas de la Declaración de Helsinki (desde 1964 regula los experimentos clínicos en el hombre), prohibiendo el reclutamiento de individuos pobres y favoreciendo la igual adopción de las leyes morales en todo el mundo.

El Papa Benedicto XVI, dirigiéndose a los farmacéuticos católicos en ocasión de su 25º Congreso, el pasado octubre, invitó a que “las diversas estructuras farmacéuticas, desde los laboratorios a centros hospitalarios, así como todos nuestros contemporáneos, se preocupen por la solidaridad en ámbito terapéutico para permitir el acceso a cuidados y a fármacos de primera necesidad para toda la población, y en todos los países, particularmente para las personas más pobres”.

Ciertamente, algunas situaciones presentes en los países pobres, son muy atrayentes para las casas farmacéuticas: sobre todo una pasión científica por la investigación, que se incrementa por la posibilidad de tener una casuística relevante para enfermedades que en Occidente no son significativas estadísticamente, como sucedió en 1996, en Nigeria, en la ciudad de Kano, donde explotó una epidemia de meningitis (el acontecimiento fue también escogido para el guión de un film de denuncia). Para dar un fundamento científico es necesario que el fármaco sea experimentado en unos 4000 individuos antes de ser puesto en comercio. Un experimento puede llegar a costar 10mil dólares por paciente en Europa y menos de 1500 en África. Otro punto que hace escoger a los países pobres como lugares privilegiados para los test farmacéuticos es la falta de controles gubernamentales rígidos, que hace que las multinacionales farmacéuticas tengan mayor libertad; además, tratándose en la gran mayoría de los casos de pacientes analfabetos, el consenso informado, realizado verbalmente, tiene el peso de una aserción obligatorio por parte del enfermo.

El dato alarmante es que las estructuras sanitarias que sirven para la experimentación no permanecen como patrimonio de los países que han aceptado ser conejillos de india, y que los fármacos experimentados, para enfermedades por las cuales mueren, están destinados a curar enfermos de países desarrollados y no a ellos. La falta de estructuras sanitarias aptas hace del problema del acceso a la salud aún más espinoso; bajar los precios de los fármacos o producirlos localmente es una solución que no se puede utilizar en todos los países del tercer mundo: funciona en Brasil, que ha iniciado a producir fármacos antirretrovirales, copiándolos del Occidente y haciendo posible la cura gratuita a miles de ciudadanos; también la India produce fármacos genéricos, con los que cuentan millones de personas en todo el mundo; pero esto no significa que el mismo sistema pueda funcionar en países africanos. Ciertamente una diversa política del fármaco debe ser acompañada por estructuras sanitarias, personal competente y por un programa de educación para los ciudadanos para la curación y para la higiene.

Además del peligro de la experimentación, cíclicamente, emerge otra terrible hipótesis: el uso, bajo forma de ayuda humanitaria, de medicinas vencidas o de fármacos tóxicos y falsos, creados en laboratorios clandestinos, sobre todo en el este europeo, cuyo mercado es extremadamente remunerador; esto crea numerosos muertos o anula totalmente las defensas frente a las enfermedades (las medicinas, en efecto, son hechas con agua, harina, azúcar, es decir, ningún principio activo capaz de contrastar una enfermedad). Alrededor del 60% del mercado de los productos medicinales falsos llega a África, mientras los mayores indiciados para la producción son China, Brasil, España, Bélgica y Holanda.

A esto se debe agregar que con frecuencia las grandes cantidades de fármacos que son enviadas como ayuda humanitaria, en zonas de guerra o catástrofes naturales, deben ser eliminadas porque son inutilizables; el problema está en el hecho que algunos fármacos (analgésicos, antipiréticos) son proporcionados por todas las asociaciones no gubernamentales, y por lo tanto exceden la necesidad real; otros, en cambio, menos esenciales, pero extremadamente necesarios, escasean: se trata de antitumorales, psicofármacos y hormonas. En el 2005 el gobierno de los Estados Unidos anunció, respondiendo a numerosas críticas, que habría donado mil millones de dólares para la prevención del Sida: la única condición consistía en que con el dinero donado los países africanos habrían tenido que adquirir exclusivamente fármacos producidos por las casas farmacéuticas americanas. Esta tipología de ‘ayuda humanitaria’ no hace sino acrecentar la dependencia y la deuda económica de los estados del tercer mundo frente al Occidente.


Sida/VIH, y no sólo

A pesar de no ser la única enfermedad que se padece en los países en desarrollo, el Sida es seguramente aquella que, a lo largo de los años, más ha ocupado la escena mediática y la investigación científica. Ciertamente el motivo reside en el hecho de que se trata de una enfermedad que se registra también en el mundo occidental. El primer caso fue diagnosticado en 1981; hoy en día, tras un periodo de regresión, en Occidente, la tendencia afecta nuevamente a un notable número de personas. El trend ha cambiado, pero los gastos para los cuidados no, lo que está golpeando también las mínimas reglas de la economía: al aumento del consumo de fármacos, en efecto, no corresponde una disminución de precios, como sería lógico. Tanto fármacos viejos como nuevos, han visto aumentar en el tiempo su precio: esto porque el Sida ha pasado de ser una enfermedad mortal a una enfermedad crónica. Hoy, gracias a los progresos de la investigación científica, una terapia combinada en los países desarrollados lleva a una expectativa de vida de unos 17 años (un tiempo bastante largo para poder hipotizar ulteriores novedades científicas); en los países en desarrollo y subdesarrollados, no obstante los cuidados, se vive en promedio 5 o 6 años.

El reciente “HIV/TB Global Leader’s Forum” de Nueva York ha presentado datos recientes, relativos a una emergencia que podría situar en segundo plano a la crisis alimentaria, la de los recursos y cambios climáticos, si bien es evidente que las emergencias de países pobres están todas relacionadas entre sí. En el 2007 fueron 2,1 millones los muertos por VIH, y actualmente son 33 millones las personas enfermas; unos 2,5 millones de enfermos han contraído la enfermedad a lo largo del año pasado y un millón de enfermos ha iniciado los cuidados con fármacos antirretrovirales (que retrasan el progreso y la evolución del VIH), terapia aún costosa, y a la que puede acceder solo una pequeña fracción de enfermos: el 70% en efecto, no recibe cuidados médicos adecuados. Además de ser un grave problema sanitario, el VIH se convierte en una cuestión social y económica porque la comunidad y familias deben mantener el peso de una enfermedad que crece: alarma que preocupa también al Secretario General de las Naciones Unidas Ban Ki-Moon.

Además, los mismos enfermos no consiguen trabajar y llevar así dinero y víveres a sus hogares. La enfermedad aumenta la pobreza y no favorece el desarrollo. A esto se agrega que los enfermos de VIH, cuyo sistema inmunitario es enormemente debilitado por la enfermedad, se enferman 50 veces más que una persona sana de tuberculosis: cada 3 minutos en África, un enfermo de VIH que contrae tuberculosis muere. No existen aún medicinas, ni vacunas que logren responder adecuadamente a la combinación de ambas enfermedades, y los 19mil millones de dólares destinados para combatir la tuberculosis en el mundo hasta el 2015 son solo una parte de los recursos que efectivamente servirían.

En países del tercer y cuarto mundo están surgiendo diversas epidemias de enfermedades que asustan al Occidente: meningitis y morbillo. Solo en nuestro país y en modo reciente se han dado casos de meningitis creando una psicosis colectiva. El morbillo, enfermedad para la cual existe un plano que prevé eliminarla en Europa antes del 2010, parecía una enfermedad desaparecida, y sin embargo en los primeros cuatro meses del año se han registrado más de mil nuevos casos en Italia, y numerosos casos en el resto de Europa. Una emergencia que, actualmente, se trata de contener también en África mediante una red de vacunas –única posibilidad contra el surgimiento de la enfermedad. La organización de Médicos sin fronteras ha terminado una campaña de vacunación contra la meningitis, en Nigeria, y ha iniciado una nueva contra el morbillo.

Una de las primeras personalidades en interesarse por el tema de las vacunaciones para los más pobres, sobre todo los niños, ha sido el Papa Benedicto XVI: en el 2006 su Santidad adquirió una obligación IFFIm (International Finance Facility for Immunisation), ente que se ocupa de financiar las vacunaciones esenciales para los niños del Tercer Mundo. Un gesto que no solo ha confirmado el amor del Santo Padre por la vida en todas sus formas, sino que ha dado el inicio a una ‘competencia’ de solidaridad y de donaciones; los fondos –según los datos de la GAVI Alliance, la Alianza mundial por las vacunas- son utilizados sobre todo para adquirir las vacunas pentavalentes (contra la tos ferina, difterias, hepatitis B, tétano y meningitis de hemofilia), así como para potenciar los sistemas y los operadores sanitarios en los países en desarrollo, mediante la formación. El mercado global de vacunas –unos 2,7mil millones de dólares- es solo el 1,1% del mercado mundial de productos farmacéuticos; la Organización Mundial de la Salud estima que, por cada dólar usado en vacunas, se ahorran entre el 7 y el 20 de los cuidados necesarios cuando se da una enfermedad, además de reducir la mortalidad infantil y el sufrimiento. Vacunas y prevención son, sin lugar a dudas, un terreno por conquistar si se quiere mejorar las condiciones de vida y de salud de las poblaciones pobres.


Los costos del Sida: demasiado altos en todo el mundo

Un enfermo de Sida en Italia gasta unos 8mil euros por año en medicinas y visitas de control. Este dato, ya alarmante para un país desarrollado como Italia, puede hacer entender cuan desastrosa puede ser la situación en los países en vías de desarrollo, afectados no solamente por una mayor incidencia del virus, sino también por una menor disponibilidad de recursos económicos. Para la lucha contra el Sida en los países subdesarrollados son invertidos miles de millones de dólares (provenientes de fundaciones, benefactores privados, organizaciones mundiales, estados). A la investigación sobre el VIH son destinados aproximadamente el 21% de los fondos destinados a emergencias sanitarias (el 8% en el 2000). Hay quien como Roger England (del Health System Workshop de Granada) sostiene que estos fondos son demasiado bajos pues en los países en desarrollo, por ejemplo, mueren más neonatos por diversas patologías (la tasa de mortalidad de fetos es altísima), que aquellos que mueren a causa del Sida.

Contrario el análisis de Paul de Lay (Unaids), que sostiene que los recursos son escasos pues se trata de 9mil millones frente a los 15 efectivamente necesarios; los gastos no son optimizados dada la ausencia de acuerdo entre las varias realidades involucradas o por la corrupción presente en las instituciones locales, pues con frecuencia el VIH se asocia a otras enfermedades y no es fácil distinguir la distribución de los fondos. El dato definitivo es que el costo de las terapias gira en torno a los 10mil y 15mil dólares mientras el gasto anual por persona en los países de África subsahariana –donde vive la mayor parte de seropositivos- es solamente 10 euros: una cifra verdaderamente demasiado modesta si se considera que una buena cura contra el VIH se compone de por lo menos 4 o 5 medicinas y el costo de cada uno varia hasta alcanzar los 900 dólares. Por el momento, en lo que se refiere a los antirretrovirales, no se ha dado la disminución de precios frente a la introducción de fármacos genéricos: solo dos moléculas han pasado la fase de prueba: la didanoxina, donde el precio de genérico es ligeramente inferior al de la ‘especialidad’, y la zidovudina, cuyo genérico cuesta el 85% del fármaco de marca.


Llegan buenas noticias

Desde la Global Fund, institución que lucha contra el Sida, la malaria y tuberculosis en África llegan noticias confortantes: en el 2007 unos 1,75 millones de personas iniciaron a curarse con fármacos antirretrovirales (un 59% más respecto al 2006), 3,9 millones han recibido cuidados contra la tuberculosis y han sido distribuidos unos 59 millones de mosquiteros con insecticida –único remedio contra el contagio de la malaria. Se comienza a ver resultados importantes en la isla de Zanzibar y en Tanzania, donde el mismo gobierno lanzó una campaña de sensibilización. Durante la conferencia de Nueva York, Italia ha sido la protagonista de un premio gracias al Proyecto Malawi, que tiene en primera línea a muchos personajes y organizaciones italianas, entre estas la Comunidad de San Egidio.

El Global Business Coalition, grupo de más de 220 sociedades que luchan por vencer el Sida, malaria y tuberculosis en África, han premiado un proyecto, nacido en el 2005, que está comprometido en la prevención de la transmisión del virus de madre a hijo, en uno de los países africanos con mayor incidencia de enfermos: de una población de 19 millones de habitantes, los enfermos de Sida en Malawi son un millón. La Comunidad de San Egidio lleva a cabo desde el 2002 un programa llamado DREAM (Drug Resource Enhancement against AIDS and Malnutrition), cuyos resultados fueron presentados a mitad de mayo en Roma. Un proyecto destinado a los pueblos de África subsahariana, que vive la dislocación de numerosos laboratorios que brindan curas gratuitas a los enfermos de Sida, con particular atención por las mujeres embarazadas. Gracias a DREAM unos diez países de esta zona del África tienen la posibilidad de acceder a las curas para combatir y prevenir el virus, y se estima que alrededor de un millón de personas han sido alcanzadas por intervenciones directas o indirectas por médicos o colaboradores del proyecto DREAM.

El último reporte presentado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), por el Programa afiliado de las Naciones Unidas para el VIH (Unaids) y por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), afirma que unos 3 millones de personas, en los países con rédito medio y bajo, han conseguido acceder a medicinas antirretrovirales. Los datos son del 2007, sin embargo esta meta fue fijada inicialmente para el 2005; el dato positivo es la mayor disponibilidad de medicinas antirretrovirales, a precios más bajos y con una difusión más capilar en todo el territorio. Respecto al VIH, además de la evolución física de la enfermedad, es necesario combatir a otro enemigo, a nivel cultural y psicológico: es una enfermedad de la que uno se avergüenza, de la que se tiene miedo, sobre todo a raíz de la ignorancia difundida en los países pobres. Es necesario difundir la cultura de la prevención de madre a hijo, y la de los tests: es frecuente que quien es seropositivo muere antes de saber el haber contraído la enfermedad en los primeros seis meses del contagio.

Todo esto debe ser acompañado por la presencia de centros y personal especializado presente en el lugar, realidad cada vez más difícil de mantener y lograr. Además es arduo hacer comprender a los enfermos la necesidad de no interrumpir las curas (la continuidad en África es un factor crítico, tanto por motivos estructurales como por las grandes distancias y la falta de medios económicos y de transporte de enfermos). Un dato positivo y ciertamente estimulante para continuar la lucha contra las tres enfermedades más graves en África se observa en mujeres y niños: en el 2006, 350 mil mujeres y 127 mil niños recibían medicinas antirretrovirales; en el 2007 el número ha crecido: las mujeres curadas son 500 mil y 200 mil los niños. Se percibe además una disminución de la transmisión de la enfermedad de madre a hijo.

Una importante novedad es que algunas casas farmacéuticas comienzan a interesarse por los problemas de los países en desarrollo: es el caso de la suiza Novartis, que realizó en Singapur un centro para investigación sobre enfermedades que afectan principalmente a países pobres, en cooperación con el Economic Development Board of Singapore. Uno de los proyectos más importantes, iniciado en el 2006 con la ayuda de Medicines for Malaria Venture, es el estudio de nuevas medicinas contra la malaria; otra enfermedad bajos los reflectores del centro es la fiebre dengue, una enfermedad viral que mata 12 mil personas en el mundo y de la que padecen otras 50 mil. Se da particularmente en la zona de Singapur. Se espera obtener dentro de este año dos nuevas moléculas, para una medicina que se produciría a partir del 2012. Los fármacos son vendidos al precio de costo y con frecuencia son ofrecidos gratuitamente a los países más pobres.

Una de las mayores dificultades que el centro en Singapur tiene que afrontar está relacionada a la tuberculosis: una enfermedad inteligente, pues los síntomas desaparecen tras los primeros seis meses, haciendo que los enfermos abandonen la terapia; es una enfermedad silente, que puede regresar de modo violento, sobre todo cuando se le suman la malnutrición y la falta de luz, y aún más en individuos débiles (ancianos, niños, personas enfermas de otras patologías). Ciertamente cambiar los límites impuestos para las licencias mejoraría definitivamente el acceso a medicinas esenciales; es necesario notar que a lo largo de los años ha habido, y hay aún, intentos de partnership que reunirían a casas farmacéuticas y organismos públicos, en la donación de medicinas (es el caso de la ivermectina, contra la sequedad pluvial, distribuida por la OMS y por la Merck, en el ámbito del Mectizan Donation Program).

La música y la cultura también se mueven para combatir el drama del Sida en África: con ocasión del 90º cumpleaños de Nelson Mandela, el 27 de junio, se realizó un concierto en Londres como respuesta del África al drama del Sida con el título “The 46664 Concert Honouring Nelson Mandela at 90”: el número corresponde a la matrícula que Mandela tenía cuando fue hecho prisionero en 1964, número que da también el nombre a una colecta de fondos a favor de los enfermos desde el 2001. Mandela no dejó de ocuparse de la plaga del Sida incluso tras haber abandonado a los 85 años la vida pública por motivos de salud: basta pensar que en 1990, año en que fue liberado, existían alrededor de 120 mil seropositivos en Sudáfrica: hoy la estima de sudafricanos que han contraído el Sida supera los 5 millones.

Una esperanza para la lucha contra el Sida llega desde Pomezia, pequeña ciudad en las cercanías de Roma: en los laboratorios del Instituto de investigaciones de  Biología Molecular ‘P. Angeletti’, se ha descubierto una molécula que podría  cambiar el tratamiento tradicional, los antirretrovirales. Los estudiosos están hipotizando la creación de una serie de fármacos dotados de una enzima capaz de limitar la capacidad de desarrollo del virus. Se tiene la esperanza de que la investigación de este centro, y no solo, sea utilizada en sentido plenamente democrático: es decir difundiendo el saber y el conocimiento de los nuevos descubrimientos médicos a toda la población mundial, sobre todo a quienes más necesitan de medicinas y de medios eficaces.

Bibliografía y Linkografía

Discurso de Benedicto XVI a los participantes en el 25º Congreso Internacional de farmacéuticos católicos: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2007/october/documents/hf_ben-xvi_spe_20071029_catholic-pharmacists_it.html

L’Osservatore Romano         www.vatican.va/news_services/or/or_quo/index.html     
Página Web del Vaticano             www.vatican.va

Agencia Fides          www.fides.org

Tres millones de personas reciben en este momento fármacos contra el HIV (Joint News Release WHO/UNAIDS/UNICEF)

England R: ¿Estamos gastando demasiado en HIV? Bmj 2007, 334-345

Amnistía Internacional – Reporte Anual 2008           www.amnesty.it

Comunidad de S. Egidio           www.santegidio.org

“Giù le mani dai bambini”         www.giulemanidaibambini.org

“Global Fund”          www.theglobalfund.org

Médicos sin Fronteras            www.medicisenzafrontiere.it

Misioneros del África           www.missionaridafrica.org

Organización Mundial de la Sanidad             http://www.who.int/en/index.html
Unaids   www.unaids.org 

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